6 mar 2011

Costalero



















Del templo sivaista de éter, en Chidambaram

Surrealismo mágico









Taller y escaparate

Cada rasgo









Me quedo enganchada contemplando lo que me cuenta la Belleza escrita en el hombre.
Junto al mar.

Anish Kapoor en Bombay


Era mi deseo haber podido ver a Anish Kapoor en el Guggenheim antes de salir de España hace ya cuatro meses y medio. (Hoy seis)
Es un regalo el haberme encontrado súbitamente este cartel de exposición en Bombay según caminaba por el centro, en un lugar que me recordaba mucho a la plaza de Atocha en Madrid, entre el Reina Sofía y el Thyssen, y me evocaba su impresión.
Sorprendida de que no estuviese allí mismo, debíamos aceptar la aventura de desplazarnos lejos del centro de la ciudad, a un espacio enorme que en la actualidad sirve como estudio cinematográfico del mundo ilusorio de Bollywood. 
Una vez allí, solo nos quedaba dejar la ropa en la puerta, debido a las fuertes medidas de seguridad existentes.
Una enorme nave de caracter decadente, parecida tb a las de Renfe de Madrid -que muchos soñábamos con convertirlas en museo- albergaba el preciado tesoro.
Bellísimo espacio. 
El enorme espacio interior de caracter romántico era combinado con unos enormes fragmentos de pared inmaculada que servían de fondo a las esculturas que requerían de una pared. 
Apenas puedo describir brevemente la experiencia del espacio que nos devolvían los reflejos de las obras de metal cromado de plata de espejo líquido. El espacio se licuaba y penetraba en un abismo, en un vórtice donde la alquimia plástica embebía y amalgamaba sus dos facetas, las que solo en la India se pueden presentar de forma tan excesiva. Espacio introvertido y extrovertido me retorcía el estómago realmente. Básicamente, era una experiencia física.

Me fui un rato..., viajando por las naves interiores de Piranessi, de Escher, del Nombre de la Rosa, y el brillo nos devolvía nuestra propia imagen deformada de los espejos como si de personajes del circo nos tratáramos. 

Solos en la sala, nos comunicaron que en aquel momento se iba a proceder a lanzamiento del cañon, una de las obras de Kapoor. Glub!.
En aquella nave, en medio de aquella exterior y ruidosa India, un operario  introdujo lentamente un cartucho de carga. Iba a ser lanzada hacia la enorme pared blanca que en ese caso hacía esquina y que ya recogía la huella de una gran mancha roja, de color sangre. 
Su densidad y textura era similar a la cera  rancia de Joseph Beuys.
Pues bien, cargado el cañón, un sordo disparo nos dejó quietos y fijó nuestra mirada en la pared. En su rincón quedó pe-ga-do el pe-go-te de masa roja que no sabíamos si llegaría a caer o por el contrario mantendría su forma, o se derritiría despacio, plasmando y aumentando su huella en la pared.
Me quedé con la boca abierta, inmóvil, mirando lo que aquel estruendo no me había permitido ver despacio.

Juan Felipe, el de espíritu venturero, estaba feliz de haber podido ver ¡un auténtico cañón en acción!, a la suficiente y reducida velocidad como para haberte enterado de que era un cañón. 

Yo me quedé muda.

Vivencia concisa y profunda, como un tiro.
Sentí el vértigo.

Con quizás el hígado arrojado en aquella pared, hoy rememoro aquella mancha, suma de las vísceras de todas y cada una de las personas que día tras día experimentaron lo mismo que yo. De niña, desde el autobús, imaginaba el espacio común a tanta gente, que suponían los espejos y cristales de los escaparates de las calles. Trataba de comprender. Nunca he dejado de hacerme esa pregunta.
Me planteo el concepto de mancha pictórica, y no sé por qué, me da por reír...jeje.
Me gusta jugar a imaginar cómo evoluciona la mancha visceral que a todos nos contiene, y que un artista del siglo XXI plasma magistralmente en nosotros y para nosotros, a través del arte como mecanismo de consciencia. En forma de cañón, como ya proyectaba Leonardo.
 (Publicado con un poco de reraso)
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